¿Qué es esa cosa llamada “política exterior feminista”?

Por Daniela Sepúlveda Soto

Chile se convertirá en el primer país del mundo en redactar una Constitución mediante un órgano paritario. Sin embargo, esto no significa que el resultado del proceso sea necesariamente una Constitución inclusiva e igualitaria. El proceso constituyente se erige como una oportunidad única para revertir políticas públicas discriminadoras hacia las mujeres, protegiendo su dignidad como ciudadanas en igualdad de condiciones, derechos y deberes.

La nueva ola feminista ha cuestionado con fuerza la relación dominante del Estado y las mujeres, promoviendo redes de acción de cambio en base a reformas o la suscripción de nuevas normas internacionales. Esto se ha reflejado también en la Cancillería, donde la cuestión del género y las oportunidades equitativas para hombres y mujeres nunca han sido una prioridad real en el plano de la política exterior y la elaboración de políticas públicas globales. Ya sea un problema de sesgo o de estructuras patriarcales consolidadas, la Cancillería, finalmente, refleja la falta de compromiso y de convicción política acumulada en los últimos años.

En razón de lo anterior, es clave que durante el proceso constituyente, la equidad de género constituya un elemento central, irrenunciable y permanente de la Constitución resultante. En este contexto, la política exterior constituye una herramienta de acción y reforma crucial para el feminismo chileno, pues la consecución de nuevas normas internacionales promoverá las transformaciones necesarias a nivel doméstico. Esa será la base para que el nuevo ciclo de la política exterior sea feminista e inclusiva, puesto que desde ahí se transversalizarán los temas de género para todas las iniciativas, correcciones y acciones afirmativas que se requieran en el plano de la política exterior. Este compromiso es factor inherente del nuevo progresismo chileno.

¿Qué es una política exterior feminista y por qué es necesaria?

A grandes rasgos, una política exterior feminista es aquella que incorpora los siguientes elementos: a) promueve a las mujeres como agentes activas de cambio, tanto en los procesos de toma de decisión, como en la generación de nuevos estándares de normas internacionales; b) establece acciones correctivas y afirmativas en todas las áreas y agencias vinculadas a la política exterior, incluyendo una evaluación de los potenciales impactos colaterales y diferenciales que toda política, acción o acuerdo internacional pueda tener para ambos géneros, con foco en las comunidades estructuralmente más vulnerables; c) es necesariamente participativa, al involucrar a organizaciones de la sociedad civil en el diseño e implementación de la estrategia de emprendimiento normativo; y, finalmente, d) prioriza la igualdad de género al interior de la estructura de los Ministerios de Relaciones Exteriores y entre los tomadores de decisión de la política exterior, en base a una perspectiva de derechos, para lo cual es fundamental eliminar las barreras institucionales que han limitado la participación y desarrollo de las mujeres, contribuyendo a diversificar y profesionalizar el servicio exterior.

La política exterior debe ser una herramienta de transformación clave para el feminismo chileno. Desde un punto de vista estratégico, una política exterior feminista asume como prioridad la difusión de normas internacionales que definan estándares de equidad de género al interior de los Estados. La convergencia entre la presión interna y externa para adecuarse a dichas normas, obligará a las instituciones del Estado a impulsar acciones correctivas en pro de la equidad de género a nivel doméstico. Una vez difundidas e internalizadas, las nuevas normas internacionales impactarán positivamente la vida de las mujeres y las comunidades históricamente ignoradas al interior del país. Sin embargo, también provocará una relación inversa, pues empujará a que las instituciones del Estado generen, en todos los planos de la acción pública, ejercicios correctivos a nivel interno, antes que propender a su promoción a nivel internacional. En suma, nos obliga a adaptarnos a la sociedad internacional contemporánea, en base a preceptos de inclusión y equidad.

Como se puede desprender, una política exterior feminista tiene impactos profundos en la forma en que Chile se insertará en la comunidad internacional en los próximos años, de la mano del nuevo ciclo progresista que se espera instalar. Si partimos de la base que las normas son un componente central de las relaciones internacionales y que los Estados, como principales contribuyentes a la construcción de la norma, reflejan en la comunidad internacional sus intereses y aspiraciones, una política exterior feminista para Chile será también el reflejo de la situación de las mujeres a nivel nacional. Como señala Ann Towns en su libro “Women and States” (2010), la forma en que el Estado trata a las mujeres es un estándar de rango y jerarquía en el sistema internacional. En otras palabras, se podría sostener que en un mundo donde predominan los valores liberales respecto a la relación entre las mujeres y el Estado, aquellos países que sean audaces en la implementación y conducción de una política exterior feminista, en base a una diplomacia también feminista, serán aquellos que influirán consistentemente en la generación de nuevas normas, estándares y políticas a nivel internacional.

Pero para que Chile se sume a estas tendencias, hay que partir por casa, y las miradas se posicionan, naturalmente, en nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores. No cabe duda de que en los últimos años las mujeres profesionales y diplomáticas al interior de la Cancillería han aumentado su número de forma considerable. Esto se observa en la nómina de ingresos a la Academia Diplomática o las destinaciones internacionales de su personal. Sin embargo, es importante reparar en algo fundamental: la errónea idea de creer que cantidad es calidad.

Por supuesto, es crucial que un mayor número de mujeres accedan a la carrera diplomática, porque esto se traducirá en una mayor representación de ellas en los centros de poder y de toma de decisión, permitiendo una necesaria diversidad de puntos de vista y talentos. No obstante, dicha participación debe ser sustantiva y no sólo declarativa, como ha sido la tónica de nuestra Cancillería. En otras palabras, debe primar una vocación de derechos e igualdad.

La existencia de barreras administrativas (formales o informales), no solo obstaculiza la incorporación y el éxito de las mujeres en la carrera diplomática, sino también la generación de políticas públicas de carácter internacional crecientemente inclusivas. Este diagnóstico general fue clave para que muchos países comenzaran a desarrollar estrategias permanentes o políticas exteriores feministas, bajo el entendido que esta vía permitirá superar las tendencias universalistas y dominantes que están sobre representadas en la política internacional, mediante la integración de acciones que van más allá de los roles de género convencionales.

Por este motivo, un paso esencial para pensar en una futura política exterior en clave feminista e inclusiva, es el reconocimiento de la naturaleza conservadora en la conducción de nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores, naturaleza que permite que los centros de toma de decisión sean homogéneos y poco transparentes. Asimismo, urge el reconocimiento de que ninguno de los grandes asuntos de la agenda internacional podrá resolverse de forma exitosa sin una visión feminista. El cambio climático, la pobreza y el hambre, las constantes crisis y restricciones económicas, e incluso las futuras pandemias que enfrentaremos, deben tener una perspectiva feminista para su resolución.

Política exterior feminista y la experiencia internacional: “remember the ladies”

 Previo la Declaración de la Independencia de Estados Unidos, cuando John Adams participaba en el Segundo Congreso Continental en Filadelfia, su esposa y futura primera dama, Abigail Adams, le escribió en 1776 lo siguiente: “…En el nuevo código de leyes… deseo que recuerde a las damas y sea más generoso y favorable con ellas que sus antepasados. No pongas ese poder ilimitado en manos de los maridos. Recuerde, todos los hombres serían tiranos si pudieran. Si no se presta especial atención y cuidado a las damas, estamos decididos a fomentar una rebelión y no nos mantendremos sujetos a ninguna ley en la que no tengamos voz ni representación”. Aunque los historiadores han discutido extensamente si estas palabras expresaron una real vocación feminista en la cultura de la época, también han marcado con fuerza generaciones completas de movimientos de mujeres en el mundo occidental, como testimonio de un segmento históricamente ignorado y despreciado de la comunidad política.

Las cosas están cambiando. La escena internacional es testigo de una acelerada transformación cultural en las relaciones de género y poder. En el caso chileno, un ejemplo vigoroso han sido los distintos movimientos feministas, que durante el estallido social de 2019 alcanzó impacto internacional con la performance de Las Tesis pero que, afortunadamente, no se agota ahí. Hoy, hay mayor consciencia que las relaciones de dominación institucional entre hombres y mujeres no sólo están obsoletas, sino que también son inapropiadas y violentas para la nueva realidad nacional e internacional.

Los emprendedores normativos, es decir, aquellos y aquellas que promueven la adopción de nuevas normas internacionales (cuando las viejas obstaculizan los cambios y las reformas), han desarrollado amplias redes de defensa que, en el caso de los variopintos y diversos movimientos de mujeres, ha sido esenciales. Al respecto, dos ideas fundamentales. En primer lugar, tal cosa como “el” movimiento feminista no existe. Es imperativo combatir la idea de que las mujeres persiguen agendas, intereses y objetivos unitarios, homogéneos y estandarizados. Por supuesto, se parte de la base de que el objetivo esencial es la consecución de más derechos y dignidad. Pero concebir nuestros intereses como una masa uniforme de ideas no hace justicia ni a la diversidad de demandas, ni a la diversidad de desventajas estructurales, ni a la diversidad de urgencias. En segundo lugar, los emprendedores de la norma han constituido un factor clave en la generación de estrategias y políticas exteriores feministas en el mundo. Para ello, las redes internacionales de mujeres han sido, sin duda, un factor clave tanto para confeccionar estas nuevas políticas, como para generar nuevos patrones entre la comunidad internacional observante.

En consecuencia, la experiencia internacional nos demuestra que un elemento esencial para el establecimiento de una política exterior feminista es la generación de una masa crítica y líderes capaces de llevar adelante cambios audaces. En este contexto, una referencia mandatoria es el caso de Canadá. Con la llegada al poder del Primer Ministro Justin Trudeau, se estableció un nuevo ciclo en la política exterior del país. Su entonces ministra de Desarrollo internacional, Marie-Claude Bibeau (2015-2019), lanzó en 2017 la Política de Asistencia Internacional Feminista de Canadá, que estableció que el centro de acción de esta política sería la igualdad de género. Francia, por su parte, recientemente anunció un enfoque feminista para su diplomacia, el cual ha sido potenciado con altos presupuestos orientados a la reducción de la desigualdad e inequidad de género en la acción diplomática del país.

Otros países, han ido mucho más allá, como el caso de Suecia, donde incluso se habla de un “Gender Cosmopolitanism”. Este enfoque feminista e inclusivo de desarrollo ha sido crucial también en Australia, país que ha adoptado recientemente consideraciones de igualdad de género en su estrategia de desarrollo hacia el exterior, a pesar de la constante lucha por superar las barreras dominantes al interior de la propia política del país. En América Latina, en tanto, en 2020 México se convirtió en el primer país en lanzar una política exterior feminista.

 Una política exterior progresista, como la que se espera establecer en el nuevo ciclo político, es, por definición, una política exterior feminista. Si bien es posible observar un incipiente debate en los últimos meses, tanto la comunidad de estudios internacionales como los círculos feministas no han prestado suficiente atención a los desafíos que esto implica. Pese al escepticismo de los críticos, es urgente poner a la política exterior en el centro de la reflexión feminista, y al género en el centro de la reflexión sobre el nuevo ciclo de la política exterior.

Publicado originalmente en El Mostrador.

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