Por Andrés Villar Gertner
Las tensiones que se han generado entre los dos jugadores más importantes en la escena mundial, China y Estados Unidos, enfrentan a los países a considerar estrategias que simulan desde continuidad hasta alineamiento. Chile no está exento de lo mismo, y es posible afirmar que lo ideal sería no tener que definir la existencia de un único aliado, sin embargo, en lo relativo a las relaciones económicas y políticas hay poco espacio.
Para Chile, y la región, la generación de incentivos a la inserción internacional, en un contexto de cambios en la correlación de fuerzas, seguirá condicionada a partir de intereses estratégicos y económicos. El estratégico se vincula a EE.UU., que seguirá siendo la única potencia con intereses e influencia relevantes en nuestro hemisferio en mediano-largo plazo. El económico está enlazado a la evolución de las economías estadounidense y, en particular, a la china, países cuyos mercados pueden funcionar como impulsores del crecimiento latinoamericano. En este cuadro, ¿qué futuro le espera a Chile en sus relaciones con el ineludible EE.UU. y la consolidación de China en el contexto internacional? ¿Cómo lidiar con las presiones de ambos países en función de los intereses nacionales?
Una política exterior debe considerar la dimensión económica, pero como un elemento más de su estrategia al establecer alianzas o preferencias con las grandes potencias. En especial en un sistema plagado de tensiones y contradicciones, en donde el ajuste del sistema global puede tener más dificultades que oportunidades si no se afronta estratégicamente.
En este complejo contexto internacional, Chile debe promover una relación funcional con ambas potencias. Es decir, el país debe continuar afianzando su alianza con EE.UU. en las áreas políticas y estratégicas, dejando a China una mayor preponderancia en las dimensiones económica-comerciales como la exportación de materias primas.
En mundo cada vez más fragmentado, tanto en sus nociones de poder como de liderazgos, las opciones y márgenes de acción son más limitados para países como Chile. Es por ello que el apoyo irrestricto al multilateralismo y al Derecho Internacional deben ser los ejes ordenadores y las alternativas para subsanar esa reducción de espacios a los que nos vemos enfrentados.
En efecto, la crisis global por la que estamos atravesando agudiza la percepción de que existe una pugna hegemónica entre estas potencias y parece abrir un debate en temas como el multilateralismo, la participación del Estado en la economía y las ventajas de la liberalización comercial. La posibilidad de que alguno de estos jugadores pretenda que los países definamos lealtades, con consecuencias económicas y políticas, está presente en los diferentes análisis. Y es en estos temas claves, que las fuerzas progresistas necesitan empezar a debatir para ir delineando una nueva hoja de ruta a nuestra política exterior.
Por de pronto, resulta fundamental no dejar que América Latina se vuelva un lugar de disputa entre Estados Unidos y China, ese tendría que ser uno de los desafíos políticos de la institucionalidad de la política exterior de Chile. Sin duda es algo difícil dada la fractura actual en la región, no por ello nos inhibe la posibilidad de debatir con creatividad y realismo diferentes opciones.
En este contexto, una política exterior progresista debería consolidar y desarrollar, sustentado en criterios de autonomía y, a la vez, con pragmatismo la búsqueda de convergencias en áreas de interés mutuo con las grandes potencias. Pero tal vez con mayor fuerza y creatividad, la necesidad y oportunidad para posicionarse desde la región en temas globales y la construcción de alianzas ad-hoc que generen espacios de acción para países pequeños como el nuestro que nos ayuden a construir una política de no tener que optar.
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Publicado originalmente en Entrepiso.